viernes, 3 de agosto de 2007

LA PENSIÓN (CUENTO)

LA PENSIÓN


LA PENSIÓN

Pepe trabajaba como perito calígrafo en la Procuraduría, su padre Don Agustín hacía 5 años que se había jubilado. Todas las quincenas Pepe iba a la oficina de pensiones a cobrar la escasa pensión de su padre, siempre alegaba que él no podía hacerlo personalmente porque su reumatismo crónico se lo impedía y como ya tenía ochenta años y pico de meses pues era imposible que subiera los tres pisos donde se cobraba el derecho a los jubilados. En efecto, el vestuto edificio de pensiones había sido construido en los años cuarenta del siglo pasado, sus escaleras eran increíblemente estrechas, los oficinistas y los visitantes chocaban al unos subir y otros bajar por ese tormento, así era muy comprensible que un hombre de tan avanzada edad no pudiera ir personalmente a cobrar.

Doña Emiliana es la funcionaria encargada de hacer los pagos y de tanto ver a Pepe ya no le pedía la carta poder en la cual Don Agustín autorizaba a su hijo a cobrar la pensión. Cada quince días Pepe le regalaba chocolates o cualquier otro dulce de la región en agradecimiento a las atenciones recibidas; lo único que se le pedía Doña Emiliana era que le enviara la carta poder debidamente firmada para acreditar la legalidad del pago y garantizar de esa manera que Don Agustín seguía con vida y que podía cobrar su pingüe pensión. Y cada vez que Pepe se presentaba a cobrar le entregaba la carta poder de la quincena pasada y asunto arreglado, todo en aras de agilizar el pago, ya que si no se cobraba a tiempo se corría el riesgo de perder el dinero por falta de cobro.

Pepe no ganaba gran cosa como perito, los asuntos en la Procuraduría iban de mal en peor, hacía ya cinco años que el gobierno del estado había creado una oficina de peritos alterna y el trabajo se había venido literalmente abajo, y esto le perjudicaba porque independientemente del salario que cobraba también se llevaba una tajada en cada uno de los peritajes. Ah como recordaba esos días en que el monopolio de los dictámenes periciales lo controlaba la Procuraduría. Había ocasiones en que sus tajadas vía mordidas superaban con creces al salario. Pero eso había casi terminado y ahora estaban sujetos a leyes más severas y con menor clientela.

Pepe vivía en una colonia marginal de la ciudad de esas que se invaden y que después el municipio las legaliza vendiéndolas a precios de risa a quienes las habían invadido y pagando las perlas de la virgen a los dueños por concepto de indemnización. Este procedimiento se había hecho ya una práctica cotidiana en los asentamientos irregulares de la ciudad. Su esposa Josefina trabajaba vendiendo cortes para vestido, actividad algo lucrativa y ya hacía años que ella levaba más recursos a la casa que él. Tenían dos hijos uno en la primaria y otro en la secundaria, ambos en escuelas públicas, buenos chicos aunque algo traviesos.

Pepe siempre pensaba que el dinero era la base de la felicidad humana y que su pronta acumulación sería la salvación familiar, aunque las cosas no le iban bien soñaba con algún día ser rico, inmensamente rico, tener una mejor casa, viajar, retirarse de ese trabajo que ya lo agobiaba, comprarse un auto de lujo y todas esas cosas que el capitalismo ofrece a todos pero que muy pocos pueden tener.

Cuando se presentó a cobrar la quincena de su padre Doña Emiliana le dijo que los procedimientos ya habían cambiado que era indispensable que Don Agustín se presentara a cobrar aunque sea por una sola vez, todo ello para garantizar la existencia del pensionado ya que la oficina de pensiones había descubierto varios fraudes y estaba tomando precauciones. Así que no podía pagarle la pensión.

- Pero señora, dijo Pepe, ¿que no ve que mi padre tiene una reuma del demonio?
- Lo entiendo mi estimado amigo, pero le juro que no es cosa mía, ya ve como están las cosas por acá y el Director no quiere que haya más fraudes, pase hablar con él, es buena persona, yo le abro la puerta, ándele, dijo Emiliana.
- Está bien, déjeme hablar con él a ver que pasa, dijo Pepe con voz trémula.

La oficina no tenía ni siquiera una silla donde sentarse así que Pepe tuvo que esperar casi una hora parado, hacía un calor del demonio hasta que un oficinista compasivo prendió el ventilador de techo y el aire empezó a circular, una brisa cálida pegó de frente en la cara de Pepe, pensaba mil cosas y su nerviosismo se acentuaba al paso del tiempo, las manos le sudaban, la frente era una cascada de sudor que secaba con las mangas de su camisa, hasta que por fin Doña Emiliana le dijo que ya podía pasar, que el jefe le concedía cinco minutos para exponer su caso.

- Buenos días mi señor, dijo Pepe con voz agachona y servil.
- Buenos, dijo el jefe.
- Que le trae por acá?
- Mire, me dijo su empleada, la muy eficiente Emiliana, que por disposición de usted ya no me pagarían la pensión de mi padre el señor Agustín, quien laboró en la oficina de Obras Públicas por más de treinta y cinco años y que por razones de salud se retiró. La cuestión es que tiene reumas y no puede subir a cobrar personalmente su pensión y desde hace cinco años cobro yo, con carta poder por supuesto.
- Sí, lo sabía, Doña Emiliana ya me había puesto al tanto de su situación. Pero necesitamos constatar que los pensionados están vivos y coleando, así que su señor padre tendrá que venir a la oficina para una rutina de inspección y en caso de que no pueda venir nosotros iremos a su domicilio para constatar que aún está en vida. No se preocupe sólo es para verificar la existencia del pensionado, como ve no hay nada contra él, es más el gobierno acaba de autorizar un pequeño aumento a la pensión, así que vaya con su padre para darle las buenas nuevas.
- Si señor así lo haré y muchas gracias por su explicación. Una pregunta: como mi padre no podrá venir ¿cuándo será la visita de inspección en la casa de usted?
- No lo sé a ciencia cierta pero no pasa de este mes, vaya usted con su padre y déle la buena del aumento.
- Gracias señor Director con su permiso.

Al salir de la oficina Pepe no paraba de sudar, el calor se hacía más intenso y cavilaba acerca de la visita de los inspectores a su casa. Estaba tan desconcertado que tomó el camión equivocado, llegó una hora tarde a la oficina y sólo se dedicó a pensar.

Ya habían pasado dos semanas de la visita al Director de pensiones del estado, la visita no se realizaba y eso lo ponía nervioso, no sabía cómo afrontaría la situación, pero ya Dios dirá.

Josefina cada día que pasaba veía a Pepe nervioso. Por las noches él se levantaba y pasaba horas en el pequeño sótano de la casa, intrigada por su proceder decidió espiarlo para ver que hacía. Notó que en el diminuto sótano su esposo se sentaba en una silla y observaba las cosas que había alrededor sobre todo el pequeño refrigerador que ya habían desechado por viejo y que Pepe lo había destinado para enfriar sus cervezas, al menos eso decía, aunque ella bien sabía que tomaba muy poco. Entró al sótano de manera sorpresiva y con paso cansino se acercó a su esposo, él al notar su presencia le recriminó por estar despierta a altas horas de la noche y la cuestionó por estar espiándolo.

- Estoy preocupada por ti, no sé que te pasa estás muy raro desde hace semanas. A ver cuéntame ¿tienes algún problema?
- No me pasa nada, no tengo problemas, vamos a dormir. Ah y ya sabes que no debes merodear por este lugar, no me gusta que entres aquí, está sucio y hay muchos alacranes, ¿de acuerdo?
- Está bien hombre.

En los días siguientes todo parecía que volvía a la normalidad, el menor de los hijos de la familia cumplía años y se organizó una fiesta. Todo sucedió acorde a los canones, Pepe vio que su familia era feliz, pobre pero feliz, siempre ha pensado que el dinero es un elemento importante para la felicidad de su familia y estaba empeñado en conseguirlo así fuera en contra de todo y de todos. Al terminar el pequeño agasajo se acercaron dos hombres a la puerta de su casa y a uno de los invitados le preguntaron donde quedaba la casa de Pepe, el vecino apuntó con el dedo índice hacia la puerta de la casa y los dos hombres con paso firme se dirigieron hacia allá.

-¿Esta es la casa de José Bermejo?
- Sí, ¿qué desean?
-Venimos hacer una inspección, somos del departamento de pensiones.
-Pasen ustedes, dijo la esposa de Pepe.

Pepe sintió que el mundo se le venía el mundo encima, al ver a los dos hombres del gobierno en la puerta de su casa, sabía a que venían, pese a que no había escuchado la plática que sostuvieron con su esposa.

-Yo soy José Bermejo y se a que vienen.
-Muy bien señor, usted ha firmado los cheques de cobro de su padre, así que sólo venimos a constatar la existencia de esta persona, si nos permite le pedimos que ponga a la vista a su señor padre.
- Si gustan ustedes pasar al sótano él está ahí desde hace cinco años, ya no se puede mover.

El refrigerador donde supuestamente guardaba sus bebidas siempre había estado cerrado con candado, nadie podía tener acceso a el sólo en ese día tan funesto, los inspectores pudieron abrirlo y menuda fue su sorpresa.

Los inspectores de la oficina de pensiones cumplieron con su trabajo. Pepe en la oscuridad de las sombras lame su desgracia en espera que un juez benevolente le devuelva a corto plazo la ilusión de algún día estar con su familia y de hacerse de algo de dinero.

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