martes, 8 de abril de 2008

SOLO UN MOMENTO

Ella siempre estaba al asecho de una oportunidad, en los últimos años sólo había conocido el amor y el sexo en películas y novelas. No era una mujer despreciable físicamente, más bien era hermosa, pero había algo que la detenía a poner en práctica sus deseos más íntimos. Deseaba un compañero para toda la vida, alguien a quien pusiera en él toda su confianza, alguien que la hiciera vibrar en todas sus fibras, en quien confiar y depositar su amor. Pero no llegaba y el tiempo transcurría.
Un día de intenso calor, ella optó por visitar la playa, sentía que el contacto con el mar le calmaba sus ímpetus y que el deseo carnal se detenía ante la inmensidad del océano. Era un domingo, ese día todo transcurría lentamente quizá más lento que de costumbre, al pasar las horas y después de dormitar en la cálida arena, decidió que era momento de entrar al agua. Al pararse se sorprendió de ver a un hombre a su lado, quien amablemente le extendió su mano para ayudarla a incorporarse. No era ni joven ni viejo, estaba en la edad madura, en esa edad donde se supone que algunos éxitos han llegado y donde también se guarda en el frasco de los olvidos las derrotas acumuladas de la vida.
Muchas gracias espetó ella de manera tímida. De nada, fue la lacónica respuesta. Avanzó apresuradamente hacia el mar que la esperaba ansiosamente, no volteaba porque sentía que aquél hombre la seguía, y en efecto el hombre a paso cansino seguía su huella. Entró al mar y dio sus primeras brazadas, sentía que el mar penetraba por todo su cuerpo y que la combinación de mar con los rayos del sol hacía un efecto sensual en su candorosa piel. No habían pasado más que unos pocos minutos cuando vio que aquel hombre se acercaba a ella. No podía hacer nada más que esperar, nadar mar adentro sería peligroso, intentar ir a la orilla, sería tanto como apresurarse a su encuentro. Al fin, en pocos segundos, aquél hombre se encontró cerca de ella, tan cerca que parecía que sus caras se encontraban no casualmente. Él saludó y ella contesto al saludo.
--Mire señorita, le voy a decir la verdad. La he seguido porque creo con usted voy a vivir una aventura amorosa.
--Está usted loco ¿Qué le pasa? ¿Quiere que llame a la policía?
--No, ni estoy loco ni quiero pasar la noche encerrado en una apestosa galera; lo que quiero es que usted me regale su amor, a leguas se nota que usted está necesitada de amor, al igual que yo. Somos dos almas desesperadas por estar con alguien, necesitadas de cariño, de entregar nuestros cuerpos sin tabúes ni condiciones de ninguna especie. Usted y yo ya somos adultos, yo más que usted, claro, y por ello me he decidido a hablarle de esta manera.
--Ahora me resulta usted mago ¿Cómo sabe lo que yo necesito? ¿Y cómo se atreve hacerme semejante propuesta indecorosa? ¡¡¡¡¡Es usted un patán!!!!!!! En este momento voy a pedir auxilio y pedir que a usted lo encierren en la cárcel, que es donde debe estar.
--Haga usted lo que desee, pero bien sabe que digo la verdad. Perdóneme por hablar con tanta franqueza, pero lo que le digo es cierto, estas canas que porto con dignidad me han enseñado a conocer a las mujeres, quizá no tanto a ellas, pero sí a la soledad que cargan en sus espaldas. Estoy desesperado por conocer a alguien como usted, tan bella y tan solitaria; la he estado observando desde que llegó y por sus actitudes se que está sola, no solo en este momento sino en su vida, y una mujer sola no es feliz, sufre y usted sufre lo mismo que yo, sufrimos de soledad, la cual es terrible para personas como nosotros.
Ella se desconcertó al escuchar esas palabras, sobre todo con la sinceridad con la que fueron dichas. En el rostro de aquél hombre parecía sincero ¿cómo habría hecho para saber la verdad de mi vida? ¿Será esta una prueba? Eran cuestionamientos que la intrigaban, al meditar un segundo la situación prefirió pasar a la ofensiva y preguntó ¿usted me conoce desde hace tiempo, verdad?
--No, la acabo de conocer hace rato, no se su nombre ni su dirección. Mire para entrar en confianza le digo el mío y mi dirección, como podrá ver no soy de aquí, vengo a vacacionar unos días y al verla, como ya le dije, sentí el impulso de hablarle.
--Perdóneme pero no puedo darle mi nombre, me siento desconcertada por la manera en que me abordó y estoy sumamente incómoda, le pido que se vaya.
--Está bien, me voy, la espero en la orilla, hasta luego.
Ya en la orilla de la playa buscó sus cosas y salió hacia el estacionamiento. En el vidrio delantero había un recado que decía: “gracias por la plática y perdóneme por mi imprudencia. Le dejo mi número ojalá que me llame así me dará la oportunidad para disculparme personalmente. Adiós.” Volteó a todas direcciones para ver si lo veía, pero había tanta gente que era imposible. En el transcurso a su casa pensaba acerca de aquél hombre tan atrevido, pero a la vez tan simpático y galán. Caray, se dijo en su interior, si así de directos fueran todos los hombres las cosas sería muy diferentes, pero no la mayoría la gran mayoría son tan tímidos que parece que no han pasado de la pubertad. Al bajar de su auto no rompió ni tiró el recado, lo guardó en su bolso, una esperanza lejana le impulsaba a guardarlo.
Dos días después de aquel evento meditaba acerca de lo sucedido. Me dijo que nos veíamos en la orilla y no apareció ¿porqué no me siguió? ¿Acaso dije algo tan malo para que se arrepintiera? ¿y si en verdad sus intenciones son verdaderas y se trata del amor de mi vida? ¿Por qué me puse en se plan? ¿y si le llamo? Seguramente ya se habrá ido, pero no pierdo nada al intentarlo, veamos que pasa.
El teléfono repicó tres veces, a la cuarta oyó un cálido “Si, diga”. Soy yo, la persona que conociste en la playa, que tal como estás. Bien, vaya, resultó que sí me llamaste, que bueno, no sabes como he esperado esta llamada, estoy fuera de tu ciudad pero sí quieres conocerme nos vemos allá el fin de semana ¿Qué te parece? Está bien, te espero, registra mi número y llámame en cuanto llegues, pero no quiero que pienses mal de mi, eh. No, mujer claro que no, allá estaré el sábado, espérame, te mando un beso grande, bye.
Fueron tres días de nerviosismo intenso, ella pensaba que él no llegaría que no cumpliría su promesa, que no iría, ahora ella era la que deseaba con toda su alma tener a alguien para amarlo aunque sea un instante. Las horas parecía días, se revolcaba en la cama esperando el momento por el cual había soñado, por fin tendría aun hombre con ella, haría el amor desesperadamente y le entregaría todo su ser, aunque sea sólo por un momento, no importa, pensaba, lo que realmente importa es que su sueño estaba por cumplirse. El día esperado llegó, la llamada también. Estoy en el aeropuerto, ven por mí, te espero.
Fue un día maravilloso, hablaron de sus vidas, de sus quehaceres, de sus aspiraciones, juntos recorrieron la bahía, compraron cosas que no necesitaban, comieron y bebieron de lo mejor, se contaron sus vidas y había coincidencias, eso era lo importante, las coincidencias de vida. El amor frustrado, los rompimientos, la soledad y el ansia de sentir el contacto con una piel extraña. Eso los hacía únicos, exclusivos en la vida, perfectos para el momento en que estaba por venir, en suma felices.
La noche, quizá la única comenzó como tenía que ser. Una reservación en el mejor restaurante de la ciudad, con vista panorámica, del mejor vino para la mejor ocasión. Una dulce tonada los invitaba a pararse a bailar, a seguir rítmicamente los acordes de la música con pasos pausados. Él la apretaba de la cintura y la besó por vez primera, fue tan intenso que ella parecía desmayarse, temblaba y todo parecía derrumbarse, estaba por fin cerca de la gloria, cerca de que sus deseos se hicieran realidad y que mejor con un hombre como él, incapaz de engañarla, él era un hombre de verdad con el cual toda mujer sueña, no sabía si esa relación naciente se consolidaría sólo el tiempo lo diría, también la suerte jugaría su papel.
Había llegado el momento de retirarse del lugar, habían pasado una velada emocionante y faltaba lo mejor. Él le propuso ir a su cuarto de hotel ahí tomarían una copa del mejor vino y harían el amor, ella no se negó no había porque hacerlo, estaba encantada, parecía que era un cuento de hadas, ese momento era de ella y de nadie más. Por fin la vida le daba la oportunidad de ser como quería, de sentirse mujer y entregar todo lo que tenía, que no era poco.
La luz del día los despertó. Era un bello domingo, sus miradas se cruzaron por un momento, nadie sabía que decir, esa noche fulgurante había sido sólo un momento en la vida de dos almas solitarias. Un momento que quizá no se repetiría, un momento que probablemente sería para toda la vida, nadie sabe.
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