martes, 25 de junio de 2013

UNA VENTANA

A lo lejos las montañas. El cielo azul, las nubes borrascosas, un rayo de sol penetra en el llano que de cerca nos vigilaba. Nada parecía aterrador, al contrario, era como una postal veraniega. Las voces escandalizaban, aturdían, rompían la armonía del paisaje, parecían sacadas de otro mundo, no de este donde todo se significaba por su belleza. El mundo de lo natural contrasta con el del género humano, no cabe duda.

Así eran los paisajes de mi tierra, allá donde crecí, donde la vida pasaba lenta, feliz, de colores, armónica. En mi pueblo todo era paz y tranquilidad, todos nos conocíamos. Pueblo chico infierno grande, reza un dicho popular, pero allá no aplicaba, no, para nada. La gente era feliz, pobre quizá, porque la pobreza no era una desgracia más bien era una condición de igualdad con los demás, todos eramos pobres y poco importaba eso mientras existieran cielos azules, lluvias torrenciales y la misa de las cinco los domingos.

La ambición era desconocida. Bueno, el único que quería todo para él era Patricio, era el único que sufría almacenando bienes y destazando amistades. Nadie le hacía caso, lo soportábamos pero hasta ahí, se le dejaba el control político del pueblo, el cobro de impuestos y todo aquello que oliera a gobierno. A nosotros no nos importaba el gobierno, nos importaba vivir para ser felices, lo mundano y material pasaba de largo ..ah como quisiera regresar a esos tiempos y oler esos aromas.

¡¡Ora putos, levántense y contesten culeros, ya les llegó la hora!! Esos gritos distorsionaban la vista y los recuerdos, sabía que el tiempo llegaba que no había para más, que los errores acumulados cobraban la cuenta. Nadie para salvarnos, nadie que hiciera justicia ¿justicia? Es posible que eso, a lo que llaman justicia, sí esté  por llegar porque lo justo no es otra cosa el cobro de cuentas pendientes. Ya estaba entumido de tanto tener las manos sobre la cabeza, quería descansar pero no podía so pena de recibir duros golpes acompañados de injurias y bellaquerías.

Me hice un hombre malo pudiendo seguir siendo bueno. Desobedecí a quienes debía obedecer, escuché no lo no debía escuchar, seguí a quien no debía seguir; sabía las consecuencias y no me importaron. Sabía que perdería lo mucho que había ganado en mi pueblo, la honradez: la cambié por unas cuantas monedas. Creí que así lograría el éxito ¿el éxito? otro mito más  de esta sociedad ¿acaso el éxito no es otra cosa que el estar bien con los demás y producir lo que te comes? Eso hacía en mi pueblo, era un hombre exitoso, pero creí que el dinero a montones me daría felicidad completa, que equivocación.

Se acercan, preguntan, acosan, insultan, disparan. El disparo de un arma de fuego se oye más con el alma que con los oídos. Caen los cuerpos, uno tras otros, ya van cuatro, nadie mostró temor, yo tampoco lo tengo. Me salpica la sangre del compañero de  mi derecha, soy el último de la línea, cae con los ojos y boca abierta, muy abierta, como si de pronto se hubiera asomado por una puerta del infierno y quisiera decir: no vengas.

Tengo tiempo para ver de nuevo a las montañas, para recordar los días idos y no aprovechados, para recriminarme esta ambición que poco, muy poco tiempo me duró, para pedirle perdón a mis padres y a Dios. Ojalá me perdonen, no creo, yo no me perdono, merezco la muerte y el destino que esta me depare; me lamento no poder vivir más, sólo deseo vivir para reparar mis errores, sólo para eso y nada más, pero es imposible, se acercan, preguntan, no respondo, insultan. El ruido, sólo recuerdo ese ruido, hoy no soy, una ventana se abre. Entro.

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