domingo, 23 de diciembre de 2007

La Honestidad

No dudo que existan abogados honestos, es más, creo que la mayoría lo somos. La honestidad es la principal virtud que debemos tener, sin embargo, esta virtud no es aprendida en las escuelas o facultades de Derecho, sino, que es experimentada como vivencia humana en otros ámbitos de la vida social, sobre todo en la familia.
Todavía estoy de acuerdo con la tesis de que la familia nuclear es la organización social por excelencia en la cual el género humano o se hace virtuoso o criminal. Ahí el ser social aprende la honestidad sobre todo con el ejemplo. Este, el ejemplo, es la mejor manera de conocer la honestidad.
En una ocasión, recuerdo que mi padre me dijo que la mejor herencia que podía darme es la honradez, y en efecto, tiene razón. Mi padre siempre ha sido un hombre honesto y esta honestidad la ha traducido en una forma de vida que irradia a todos los miembros de la familia y es más, a todas las personas que han tenido el gusto de conocerlo. Su presencia social, el buen decir de todos a su referencia se basa de sobremanera en su honesta forma de vida, por ello ha sido un vívido ejemplo de vida, de lo que debe ser.
Cómo abogado litigante en más de una ocasión los léperos juristas de pueblo trataron de sobornarlo; en más de una ocasión como profesor universitario alumnos le insinuaron soborno por calificaciones, obviamente fallaron en su intento; cómo servidor público del Estado, en la magistratura estatal, otra vez los léperos intentaron revocar su férrea conciencia honesta, por supuesto que también fallaron; algunos de sus mal llamados amigos en ocasiones trataron de desviarlo por el camino honesto, también fracasaron. Todos ellos se enfrentaron y estrellaron en incólume roca, con una voluntad férrea que tiene por virtud la honestidad como forma principal de vida.
Como él existen en nuestro México millones de mujeres y hombres, los que día a día laboran arduamente en sus diversas actividades diarias, y sin embargo la honestidad hoy día es una virtud venida a menos, y para las profesiones jurídicas parece un estorbo, por no decir que en todas. Si bien he dicho que la honestidad es aprendida en el núcleo familiar, es obvio que la honestidad de mi padre fue herencia-cultural de los suyos, y que, la de él es efectivamente transmitida. Si esta tesis es totalmente cierta, entonces tendríamos que el ser honesto y transmitirlo a los descendientes por la vía del ejemplo garantizaría la práctica honesta en todos ellos, y así sucesivamente hasta el fin de los tiempos. Pero hay algo que anda mal, esta tesis no necesariamente es ley social, pro eso digo que es sólo una tesis.
¿Entonces porqué hay humanos deshonestos? Si bien el ejemplo es generador de honestidad, no lo es todo. Recordemos que vivimos en entornos sociales multifacéticos y que las relaciones con los demás son cada vez más intensas, que los medios de comunicación y la tecnología esta más presente en nuestras vidas. Recordemos que el ayer es cosa del pasado y que el presente es tan diferente que es casi imposible retornar a estadios de vida que ya cumplieron bien o mal su ciclo. Recordemos que las necesidades humanas por al vida se han hecho más difíciles de obtener y que la ambición por poseer medios materiales es intensísima. En suma el mundo rueda y cada giro provocan nuevas transformaciones en el hacer humano.
Sí, los cambios sociales a lo largo de la historia transforman la vida social, el pensamiento, las actitudes y los valores. El cambio es dialéctica pura mal haríamos en pretender vivir en sociedades estáticas, que no aceptan cambios y transformaciones, las que, muchas de ellas benefician nuestro entorno. ¿Pero todo debe cambiar? ¿El valor de la virtud de la honestidad permite cambios?
No. Si bien los cambios, la dinámica es portadora de progreso y desarrollo social, esta tiene un basamento moral. Nada en la vida social tiene sustento sino hay como cimiento valores que le den fuerza. Si bien el pasado es un ciclo de vida diferente no necesariamente debe quedar en el olvido; en el olvido quedan los hechos intrascendentes, lo que no vale la pena recordar porque no nos dejó nada para aprender. El pasado histórico es tan presente como el día de hoy, recordemos el pasado como realidad vivificante como dato del espíritu humano que se lanza a la trascendencia de la vida para forjar ejemplos y construir caminos de esperanza. En este sentido, el pasado es un modelo constructor del presente, es la síntesis ampliada de lo que como seres humanos hemos experimentado a lo largo de los siglos. Pasado y presente se funden en una sola idea, la idea del hoy y de lo que somos.
Y hoy somos producto del pasado y éste nos lego una serie de valores que probadamente han sido benéficos para el progreso humano, entre ellos la honestidad. Este valor supremo para el bien vivir nos prueba que el ser social al ponerlo en práctica se redimensiona como humano, tanto en su espíritu como en sus relaciones con los demás. No sólo esa redimensionalidad es o corresponde a un fenómeno individualizado; en su aspecto social, como conjunto de voluntades honestas, la sociedad progresa en diversos aspectos de la vida, más bien en todos.
Si la honestidad es generadora de progreso individual y social ¿Porqué su práctica está en crisis? ¿Qué ha pasado? Si bien la honestidad como valor ha sido de una herencia cultural de antaño, no quiere decir esto que todas las sociedades pretéritas han sido cabalmente honestas. Como la cara de Jano al lado de la honestidad está su contrario, así como lo contrario del bien es el mal o lo contrario de la luz la obscuridad. Esto no quiere decir que justifico la deshonestidad como necesaria condición humana, quien así lo crea puede decir con facilidad que el ser humano no es perfecto y con ello poder justificar actitudes atroces. No, no es este el punto aún cuando reconozco la imperfectibilidad humana. La cuestión estriba en que la conducta deshonesta predomina no como práctica de todos, sino como ha sido revalorada en nuestros días. Tal parece que la modernidad incide en la modificación de conceptos no tanto en el rompimiento de su fin, sino, su acomodamiento a hechos novedosos ante el surgimiento de mayores necesidades materiales. Cito un ejemplo: para vivir dignamente no importan los medios para obtener esa dignidad o apariencia de dignidad, si tengo que ser deshonesto lo soy, si éste valor me impide obtener lo que el mundo material ofrece, violo su fin, al fin y al cabo la vida digna o más bien la apariencia de dignidad, es un contravalor con mayor primacía.
Quien piense así, y conste que no son pocos, pero tampoco la mayoría, otorgan valor supremo a los valores esenciales de la vida, pero en aras de poseer bienes materiales van en pos de conductas que nada tienen con el modo honesto de vivir. Se cree en lo bueno, se acepta, pero la conducta se dirige hacia otro rumbo.
El sentido de prosperidad, la vanidad, el poder, el egoísmo, el afán de sobresalir de cualquier modo, son algunos de los traumas sociales que inciden en la desviación consiente de la conducta. Todos ellos son generados por el sistema de vida actual que procura su promoción sin importar las consecuencias. Hoy la gente califica al éxito en razón de la posesión de bienes y no de conocimientos; y es tan grande este sentido de poseer que incluso el propio conocimiento es considerado como un bien susceptible de valoración económica. A la juventud se le incide al estudio no para mejorar las habilidades y ser mejor moralmente, sino para que en el futuro mediato pueda acceder a la posesión de bienes. El sentido de la vida cambia, pasa de ser de moralmente digna a económicamente poderosa; no importa la sabiduría moral, importa la acumulación, esta determinará que tan alto es el prestigio. A contrario sensu, la pobreza no es carencia de bienes y medios materiales, es más bien la ignorancia moral aún cuando los bienes sean suficientes.
Si bien como he sostenido la honestidad es una experiencia de vida que se basa en el modo o manera de actuar social, también es necesario reconocer que es parte del proceso educativo formador del espíritu humano; así como en la familia se enseña a ser honesto, también debería de hacerse en los centros de educación institucionalizados. Pero la educación puede no ser suficiente, por ello es indispensable que el proceder deshonesto se castigue.
El Derecho que es el mínimo de ética, es decir, su contenido posee lo mínimo éticamente aceptable para una sociedad que en sus diversas relaciones puede y debe tener una mayor concentración de conductas éticas, establece en sus normas o reglas una serie de penas o sanciones para quien procede de manera contraria a sus supuestos. Quien viola, quien mata, etc. Aquellos que cometen estos y otros delitos son merecedores previo procedimiento, de una sanción. Pero el Derecho sólo se ocupa de una pequeña parte del acontecer social en materia de conductas, las demás entran al campo o influencia de la moral y esta es incoercible, carece de sanciones semejantes a las jurídicas.
El Derecho bien forma parte del proceso educativo de la nación. El conocer las normas jurídicas no sólo es una obligación de todos los ciudadanos, sino que su conocimiento y puesta en práctica en niveles aceptables hará que el modo honesto de vida sea posible, no por miedo a la sanción, sino como un acto consiente de la voluntad.
Hoy más que nunca nos hemos dado cuenta que dentro de los Estados- Nación, la sociedad está fragmentada. Esta fragmentación origina el reconocimiento de diversos derechos específicos. Las minorías sólo lo son en cuanto a que el Derecho les reconoce una determinada situación concreta y les concede privilegios jurídicos con el único propósito de igualarlos al resto del tejido social. Los derechos en este sentido, cada vez más se particularizan para el logro de objetivos comunes como lo es, sobre todo, la igualdad entre todos. Este proceder jurídico aún con sus ambivalencias e incomprensiones tiende a la justicia comunitaria, para todos sin excepción; es así el proceder normativo un elemento educativo que bien puede formar al género humano dentro de los valores universales y darles sentido para convertirse, en caso de aplicarse a cabalidad en un facto poderoso para incidir en la práctica benéfica de la honestidad.
La honestidad se forma y es real pero como producto de procesos sociales bien concretos, a saber: el ejemplo, la experiencia de vida, el reconocimiento y validez de los valores, el Derecho y la educación como proceso integrador, como el summum de todo el quehacer humano. Por ello, es indispensable que como entes emancipados tomemos conciencia de esta condición, sólo en la libertad podremos incidir en la honestidad, erradicando a su peor enemigo: la ignorancia moral.

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