viernes, 7 de diciembre de 2007

La Corrupción

Indudablemente que las cosas no están marchando bien en este país. Tal parece que no podemos salir del atolladero en el que estamos inmersos desde hace muchas décadas. La crisis política de los últimos años está haciendo mella en las instituciones de gobierno y de paso está mermando cada vez más la confianza ciudadana. Hoy el ciudadano se siente solo por ello avala en silencio o a viva voz las conductas éticas pero en la práctica va en pos de lo que puede salvarlo aunque esto implique actos de corrupción; el ciudadano ya no puede con el peso de los errores de quienes nos gobiernan, la corrupción es el pan de cada día y por más que el gobierno trate de luchar contra ella, nadie le cree porque se nota que esta es el modus vivendi de los servidores públicos.
Uno de los grandes problemas de la corrupción es que es aprendida como conducta y es imitada para justificar la acción social. Cuantas personas, por ejemplo, cometen actos de corrupción, por menores que sean y a la hora de valorar su conducta se justifican pensando que si quien lo gobierna lo hace porqué él no. La corrupción es cultura bajo la premisa anterior, y la cultura educa, en este caso no para bien, aunque el acto se trate de justificar en atención a necesidades que el Estado no puede atender.
Pero ¿qué es la corrupción? ¿Cómo podemos definirla para así identificar lo que es y lo que no es? Gianfranco Pasquino señala que: “Se designa así al fenómeno por medio del cual un funcionario público es impulsado a actuar de modo distinto a los estándares normativos del sistema para favorecer intereses particulares a cambio de una recompensa […] Se pueden señalar tres tipos de corrupción: la práctica del cohecho […] el nepotismo[…] y el peculado[…]” (Bobbio, Matteucci, Pasquino. Diccionario de Política; 1991:337).
¿Porqué los funcionarios públicos son impulsados a actuar en contra de la ley? No basta saber que el acto de corrupción se ha cometido, este conocimiento servirá para fincar responsabilidades y llevar al infractor muy posiblemente a la cárcel; lo que importa también y de sobremanera es encontrar la causa o causas por las cuales se cometió un acto de corrupción.
Si usted amigo lector, transita por una avenida en su automóvil y se pasa un alto, lo más seguro es que un agente de tránsito trate de imponerle una multa. Para no pagarla, es posible que trate de cohecharlo mediante el pago (indebido) de una cierta cantidad de dinero. Si el agente acepta el cohecho o si él le pide dinero y usted se lo da para no levantar la multa, habrá participado en un acto de corrupción. Su justificación versaría en el ahorro de tiempo y de dinero y en que ya es una costumbre el que se de dinero a un funcionario para evitar una multa o agilizar un procedimiento. En este sencillo caso el acto de corrupción se justifica en razón de que nadie sale perjudicado, se ahorra tiempo, dinero y de que además es una costumbre.
Entonces encontramos ya un elemento que nos impulsa a actuar de manera distinta a lo dispuesto por las leyes; estas pasan a segundo término, está bien lo que dicen pero prefiero cohechar porque así me ahorro un esfuerzo y dinero considerable, es práctica común aceptada por la gran mayoría.
Y ¿por qué es una práctica de la mayoría de las personas que provocan esa situación? ¿Por qué imitamos el acto de corrupción a sabiendas que está prohibido por la ley? Creo que una de tantas explicaciones válidas estriba en la práctica cultural. La cultura es aprendida ya sea a través de medios institucionalizados (la escuela) o por medio del uso cotidiano de la práctica. ¿Y porqué sucede esto? Porque esa práctica ha sido solapada desde el poder. Porque desde el pretérito quienes han estado en el hicieron poco caso a esa práctica y no la sancionaron, dejaron que sucediera como si fuese una conducta normal.
Si estoy en lo cierto, en que desde el poder se ha permito, solapado y ocultado los actos de corrupción cometidos por los funcionarios, entonces la mayor parte de la culpa de que vivamos en un país corrupto lo tienen quienes han estado a cargo del poder. Esto no significa que el ciudadano de la calle que cometa estos actos no sea culpable, sí lo es, pero su conducta lo será en menor grado porque la práctica corruptiva ha sido dada desde el poder a través de la costumbre, y la costumbre educa. No es una excusa, pero no deja de ser cierta esta tesis.
¿Cómo acabar con la corrupción? Este sí que es un planteamiento. No creo que la corrupción vaya a acabar definitivamente, pero sí podemos disminuir sus efectos y su recurrencia. La única manera que veo posible a futuro es la construcción de nuevos ciudadanos libres; generar para el futuro generaciones de mexicanos comprometidos con un proyecto nacional y con un proyecto de vida personal que incluya el respeto a la ley como una condición de vida; una generación de gobernantes lúcidos que trabajen en aras del bien público y la paz; que traten de salvaguardar los derechos humanos y de abatir las desigualdades sociales y económicas. Todo esto y más puede hacerse si modificamos nuestro sistema educativo e impulsamos al poder no a los políticos tradicionales sino a los hombres y mujeres de verdadera valía, que hay muchos en México. En síntesis, necesitamos actuar de manera diferente a como lo venimos haciendo, no viéndonos los pies a la hora de tomar decisiones públicas y privadas trascendentales sino mirar al horizonte. Es difícil, hay que vencer obstáculos, pero no imposible.
Es importante que desde ahora empecemos ese cambio de actitud, una primera vía es el conocimiento de nuestros derechos, es penoso que sólo el 53% de los mexicanos diga que no conoce sus derechos en caso de detenciones arbitrarias (www.consultaciudadana.com.mx), es penoso que el día que menos recuerdan los mexicanos es el del aniversario de la constitución; es penoso que el 43.9 de los encuestados diga que participó en un acto de corrupción en caso de auto robado(www.transparenciamexicana.org.mx); es penoso que la cultura de los derechos protegidos por la constitución esté por los suelos, cuando el respeto a ley debe ser precisamente uno de los puntos básicos en el combate a la corrupción. Es penoso que se diga que vivimos en democracia cuando sabemos que las instituciones de justicia permiten que proxenetas y pederastas no sean castigados por actos de corrupción.

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